viernes, 22 de mayo de 2015

Mad Max: Furia en la Carretera.

Ante todo, bienvenidos al cine de otra época. Estáis pisando territorio extraño, donde huele a gasolina, una tierra donde no hay palabras de más y las que hay se te graban tan a fuego como ese horizonte al que miramos con miedo, temiendo atisbar allá a lo lejos el reflejo de todo aquello que te persigue por este páramo del Infierno, retorcidos villanos que no tienen por qué explicarte ni explicarse y héroes locos para los que la esperanza es el peor de los males. Mad Max: Furia en la Carretera.

La película es en sí misma la carrera enloquecida que representa. Todo transcurre con la rapidez y la violencia de una manada de rancors salvajes, es imposible de cronometrar un minuto de respiro, a pesar de todo George Miller se las arregla para que, entre tanta acción, hayan momentos cumbres. Miller ha creado un espectáculo visual insuperable, muy cuidado y aprovechando muy bien cada dolar, con un sorprendente diseño digno de las pesadillas de muchos y una fotografía que la hace brillar.

La historia, más que de una redención de Max Rockatansky (un increible Tom Hardy homenajeando con infinito respeto a Mel Gibson en una escena concreta) recupera algo parecido a una familia, Miller le da mucho peso al relato de esa Imperator Furiosa para la cual parece haber nacido una brutal Charlize Theron.
Como podéis imaginar el fondo es risible (doncellas en apuros, un caballero al rescate y perseguidos por el malvado rey), una trama sencilla plagada de detalles casi cómicos, pero la forma en la que es narrada la historia nos deja con ganas de saber más sobre el pasado de los personajes y sobre su futuro. Todo esto iniciado y cerrado con un brutal "Me llamo Max". 

No recuerdo la ultima vez que me sentí tan joven, como al salir de Mad Max: Furia en la Carretera. Joven por las pulsaciones aceleradas, el cuerpo derrotado por la tensión y la mente exhausta de procesar el espectáculo que se ha desplegado delante de mí. No quiero pensar en Mad Max: Furia en la Carretera como un ejercicio de nostalgia sino como un puñetazo.

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